Narrativa breve

Rito de paso

El padre le entrega la mano como quien entrega una deuda. No la mira. No pregunta.

La joven —tan delgada que el vestido blanco parece colgar de un esqueleto— siente el dedo del futuro esposo recorrer su cuello, lento, como un cuchillo que prueba el filo antes del tajo.

Es mejor ser capitán que cabo— dice él, y su aliento huele a ron barato y poder.

Tiene el triple de su edad.

Las manos ásperas de domar lo que no se deja.

La sonrisa de quien sabe que ha comprado un animal dócil.

Detrás, entre los azahares marchitos, la madre llora en silencio. No es llanto: es un ahogo de bestia herida.

Sus uñas se clavan en las palmas hasta dibujar media luna de sangre. Sabe que hoy no entregan a una hija: entregan una cicatriz que sangrará en camisa de fuerza.

El machismo no es solo el padre que firma el acta sin leerla.
Es el silencio de las mujeres que se comen sus gritos como hostias envenenadas.
Es el dedo que acaricia el cuello de la novia como si ya fuera su tumba.
Es la madre que sangra en secreto porque le enseñaron que el amor duele y calla.

Y la joven —ay, la joven— mira al suelo y piensa en cómo el vestido blanco siempre fue un sudario.