Salvemos el Color Azul
No. Esta es la palabra, el muro, el escupitajo seco frente a las fauces hambrientas. No es un susurro, es un rugido que nace de las entrañas saladas de todo lo que calla.
Dicen que progresar es escupir sobre el espejo del cielo, manchar de gris el lienzo infinito con el humo cínico de su avaricia. Dicen que libertad es su derecho a envenenar la cuna de todo origen, a convertir el canto de las olas en un estertor de plástico y billetes.
Son ignorantes, sí. Porque no ven que el azul no es un adorno, es la memoria del planeta. Es la sangre de la tormenta y la calma de la laguna. Es el suspiro que compartimos, el oxígeno que nos debe la vida a ese líquido zafiro que bombea en las venas de la Tierra.
Son desvergonzados, porque creen que su cuenta bancaria es más profunda que el abismo de las Marianas, que su título de propiedad es más legítimo que el viaje milenario de la ballena azul. Pretenden devorar nuestra herencia, robar el futuro a bocados glotones, sin saber que al morder el azul, se mueren a sí mismos. Se tragan su propio veneno disfrazado de triunfo.
Porque lo que le produces al azul del mar es un gemido sordo, un cáncer de espuma sucia que carcome los arrecifes, un silencio donde antes hervía la vida. Es una cicatriz en la piel del mundo que nunca podrá cerrarse. Es condenar a la sed a los que vienen, es legar un desierto de tristeza donde solo crecerá el remordimiento.
Pero este no es un réquiem. Es un puño alzado hecho de sal y rabia.
Salvemos el azul no por nostalgia, sino por instinto de supervivencia. Salvemos el azul que nos salva. Que nuestro grito sea una marea imparable que les ahogue su ruido de máquinas y mentiras. Que nuestra defensa sea tan vasta, profunda e implacable como el mar mismo.
Antes de que su festín de necios nos deje un mundo en blanco y negro, sin tono, sin alma, sin azul.
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